El calor se envenena entre las horas y el cuerpo pide a gritos agua. La noche cae sin aire y tú te soplas en las manos para ver si aún te vuelan los dedos.
Sigue cayendo el año entre tres meses de planes y muchas horas divagando, entre la calle y el terrao donde atardecen los colores.
Ya no sigo esperando el invierno en el que morían las hadas y yo me enterraba bajo el miedo de no volver a verlas. Una vez cambiado el destino, es hora de jugarse la vida, de sacar las castañuelas y bailarme la pereza, de abrir el pecho al viento y de ser estrella en el cielo que me ve pasar con tiempo.
Me espero en el recuerdo donde me hice fuerte, allí donde el grito se hizo promesa y el llanto rabia de poeta.
Creeme que estoy al vuelo de lo que esperes, sin mucho sentido pero dejandome caer sin esconder las alas, desde aquí arriba todo es hermoso y curiosamente parece insignificante.
Desde aquí, nunca tendré que preguntarte si volamos juntos, prefiero invitarte o mejor aún que si eso, esta tarde, te encuentre volando por alguna parte.